En Cuclillas

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos se cercan, las hordas (...)El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo. (Borges)

3.10.14

Días Malos


Hay días  muy difíciles. Días en que te duele la cabeza, o no puedes apoyar la planta del pie, días que no sabes peinarte ni encuentras un sujetador sin manchas de leche que ponerte. He estado observando esos Días Malos para ver cuándo aparecen y poder adivinarlos.  Una vez que ya se han ido, trato de recordar qué cara tenían, pero sobre todo qué cara nos dejaron y qué regusto se nos ha quedado al irnos a dormir. 

Los Días Malos aparecen cerca de nosotras cuando consiguen llevar de una mano al cansancio, o algún pequeño dolor o desánimo; y en la otra aprietan fuerte las Expectativas. A veces no son Expectativas Grandes, Purrunilla, qué va. A veces son Expectativas Pequeñas, que sólo se pueden ver  si te fijas muy bien. Son Expectativas de mamás que cuidan a bebés. Por  ejemplo, “Hoy voy a recoger el salón y hacer una tortilla”. O bien “Hoy que hace sol en cuanto friegue los cacharros y haga la cama nos vamos a dar un paseo”.  Hace tiempo que las Expectativas Medianas, las de “Voy a mirar el correo, o voy a teñirme las canas”, las mamás las dejan para cuando están acompañadas, claro.



Entonces, un día, se junta una pequeña Expectativa y una mala noche y PAF! Ya han formado un Día Malo. Ahora estoy segura, hija, de que tú sabes verlos mucho antes que yo, porque me lo adviertes durante todo el Día. Sabes que está ahí, acechándonos, así que como todavía no hablas, me lo dices a tu manera. Te esfuerzas por no dormir, aunque estés agotada. A veces yo te lo pongo muy difícil, Purruna, porque te llevo en el fular y me empeño en mecerte y en ponerte música.  Te caes de sueño. Tienes siete meses, no puedes más…y de repente te duermes. Mientras yo te dejo en la cuna y voy a corriendo a cumplir mis Expectativas, tú te despiertas. Lo conseguiste, hija. Sólo has dormido diez minutos.  Abres los ojos llorando, porque sabes que me has dejado sola y que no me doy cuenta que un Día Malo nos persigue. Te cojo en brazos, miro la cocina sin recoger y entonces pienso que no puede ser, que tienes mucho sueño. Así que vuelvo a mecerte, esta vez en la mochila, no vaya a ser que no te haya gustado el fular hoy. Pero tú ya no vas a dejarme sola. No vas a permitirlo. Intentas hacerme señas. Quieres que venza al Día Malo. Te echas hacia atrás, persigues con la mirada a las gatas, les ríes… Gateas si intento ponerte un pantalón, te giras y retuerces si quiero cambiarte el pañal. Incluso me tumbo contigo en la cama y te doy la teta a oscuras… pero hasta que no han pasado cuarenta minutos  yo no me doy por vencida.  Somos las dos muy valientes, Purrunilla.




Así que a esas alturas yo ya estoy muy cansada pero sigo con mis Expectativas agarradas fuertemente, no se me vayan a caer. Además, tengo un pequeño dolor, en un pie, por ejemplo, que me hace difícil caminar. O me duele la cabeza. O me sentó mal la cena ayer. O estoy agotada.


Me dan ganas de llorar. Decido dejarte en un lugar seguro, con algunos objetos que te gustan, para ver si puedo ir cumpliendo planes. Recoger la cocina, por lo menos, diez minutos. Y desaparezco de tu visión.
¡Menos mal que te pones a llorar, Purrunilla! Voy cerca de ti, te miro, te hablo desde la cocina, te dejo mis llaves. Pero tú sabes que esto no va por buen camino. Quieres que te coja y estar conmigo. Sabes que no puedo ni debo estar sola. El Mal Día ya me ha envuelto en sus redes y tú lo ves claramente. Este es uno de los peores momentos, hija, porque entonces me pregunto por qué eres así, por qué sólo quieres que esté contigo. Pienso que eres una niña activa, pequeña, feliz, nacida en una crianza respetuosa, cerca del corazón. A mi mente acuden aquellas palabras de quienes nos dicen a tu papá y a mí que tenemos que acostumbrarte a estar sola, a dormir sola, a jugar sola, para que no nos llames todo el rato y podamos hacer cosas.


Y entonces me doy cuenta, Purruna.  ¡Hay un Día Malo espiándonos! ¡Me estabas advirtiendo! Miro al Día Malo a los ojos y suelto todas mis Expectativas. Las lanzo lejos, lejos, ya ni veo lo lejos que están. Y el Día Malo se borra un poquito. EL dolor no me lo puedo quitar, el del pie, el de la cabeza, o el sueño. Pero al tirar las Expectativas, el Día Malo pierde fuerza…lo tenemos casi vencido. Te cojo en brazos y te doy unos besos. Hoy no voy a recoger la cocina. Mañana lo mismo sí, porque también hay Días Buenos, días en que no tienes que protegerme y no me duele nada y nos da tiempo a hacer cosas que ni habíamos pensado: poner dos lavadoras, recoger el salón, leer, escribir, jugar, colocar el lavavajillas, comprar o dar un paseo por Madrid. O estar juntas  las dos, disfrutando de la llegada del Otoño. 


Me gusta tenerte en brazos  y me gusta que no te sientas sola. Del mismo modo que a ti te gusta estar en mis brazos y no dejas que me sienta sola. Podríamos habernos acostumbrado ambas a la soledad y así poder atender mis Expectativas, pero no hemos elegido vivir así.



Papá y yo decidimos que eras un bebé y que los bebés no hacen chantaje, porque cognitivamente son incapaces de procesarlo. Pides lo que necesitas, Purrunilla,  que es contacto constante. Y eso es muy cansado, sobre todo si tienes las manos llenas de Expectativas por cumplir. Quizá los bebés que no llaman a sus mamás o sus papás han aprendido a no llorar, pero no a no sentirse solos. Quizá en un mundo sin prisas, donde entendiéramos que los bebés no comprenden que tenemos trabajos, horarios, obligaciones, o donde asumiéramos que lo normal es que no los separemos de sus mamás, todo sería más fácil. Pero vivimos en este mundo, así que yo intento recordarlo siempre, aunque a veces hay que luchar contra los Días Malos. Y son muy malos.


De recompensa te hago cosquillas en la barriga y te ríes a carcajadas. Me siento contigo en tu espacio de juegos y traigo el ordenador.  Voy a contarle a la gente cómo me has librado del Día Malo. Estás tranquila ya, porque sabes que estoy a salvo por fin, así que conmigo cerca, juegas con tu cofre de los tesoros y de vez en cuando me recuerdas que el Día Malo nos vigila  intentando comerte el cable del ordenador. No te preocupes, hija, que ya no se me olvida.

Virginia Gijón Herrera


NOTA. Las imágenes son obras de tres pintores diferentes. He incluido el nombre en cada una de ellas para poder conocer su autoría. 


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